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Descripción

Todos los animales tienen su voz.(…)

El perro ladra.
Los cachorros responden.

El gato maúlla.
Los gatitos… ¡también!(…)

¿Y la jirafa?

La jirafa no tiene voz.
¡Y la pequeña jirafa, menos!

Pero la jirafa tiene un cuello muy largo…
Tan largo que, con él,
puede acariciar a su jirafita.

 

“No hables al menos que puedas mejorar el silencio”, advirtió Jorge Luis Borges ante un excesivo valor de las palabras. ¿Cuánto más nos pueden transmitir un gesto, una caricia, una mirada cómplice…? Tal y como nos recuerda Armando Quintero en este álbum; no hace falta la voz para mostrar cariño o decir cosas bonitas como te quiero…

El contacto físico como muestra de afecto es imprescindible para el desarrollo emocional de los pequeños: les da seguridad, favorece su autoestima y mejora la confianza en sí mismos y también en los demás. En este aspecto, inciden tanto el texto de Armando Quintero Laplume como las imágenes de Marco Somá.

El ilustrador italiano humaniza a los animales protagonistas (perros, gatos, gallinas, pájaros, vacas, ovejas, caballos, lobos, tigres y elefantes) y los presenta en situaciones familiares distendidas y de juego, donde puede sentirse identificado cualquier pequeño: divirtiéndose en el parque con sus padres, tomando un helado, disfrutando del agua en un río o lago.

Las maneras de comunicarse entre ellos (ladrar, maullar, cacarear…) son claves para disfrutar de estos momentos. En sus expresiones podemos apreciar que se trata de momentos felices para toda la familia.

Marco Somá también mantiene esta actitud vital de alegría con la aparición de las jirafas. Madre e hija no tienen voz, pero cuentan con otro método efectivo y afectivo para comunicarse: las caricias. Y la pequeña jirafa decide compartir con los otros animales este modo de transmitir sentimientos y emociones.

A partir de este momento, la historia da un giro de 180 grados: las ilustraciones de Marco Somá continúan mostrando a unos protagonistas que siguen disfrutando —y en las mismas localizaciones (parque, campo de fútbol americano…)— pero el origen de su bienestar es otro; sin necesidad de palabras, solo con mimos, abrazos, caricias…

Además, el aprendizaje no se limita únicamente a nuevas formas de comunicación o afecto, sino también de conocimiento y acercamiento al otro. Así, si las situaciones de diversión eran entre animales de la misma especie, a partir de que la pequeña jirafa enseña a un elefante cómo son las caricias, esta interacción entre diferentes razas continúa: el elefante le enseña al tigre; este, al lobo; y así consecutivamente.

No hay duda del peso protagonista de las jirafas en esta historia y así lo adelanta la dedicatoria del escritor: A mi abuelo del corazón que, entre tantas cosas, un día me habló de las jirafas.

Armando Quintero explica que su abuelo del corazón era un anciano, vecino de su casa de niño, al que él siempre sintió como de la familia. Este personaje le inculcó su pasión por la lectura y, en concreto, hacia estos animales cuando, un día, le explicó lo siguiente:

“Todos los animales tienen los sonidos para llamarse y decirse que se quieren, menos las jirafas. Son mudas. Tan mudas que no emiten ningún sonido. Pero, como los mudos, para decirse que se quieren abren muy bien los ojos, por eso ellas los tienen tan grandes y se tocan. Y eso se lo enseñan a otros seres”.

Su relevancia en la historia está subrayada gráficamente. Así, la portada es también para ellas. Al igual que el resto de personajes, sus ropas están cuidadas al detalle por el ilustrador, quien precisa que el vestido de la madre está inspirado en uno de los usados por la actriz Audrey Hepburn “en una de sus muchas obras maestras del cine”.

“Decidí ilustrar este texto inmediatamente después de terminar la primera lectura”, asegura con entusiasmo Marco Somá. “Me cautivó el hecho de que las palabras no siempre son necesarias y que, a veces, un gesto es mucho más elocuente que una emoción”, valora.

El ilustrador explica que, teniendo en cuenta que el texto habla de un sentimiento “tan simple como importante”, intentó interpretarlo de una “manera delicada”, tratando de crear ambientes «sencillos y limpios»; donde el entorno o la elección cromática ceden todo el protagonismo a los personajes y a sus acciones. De este modo, enfatizan lo que, para él, es el mensaje principal de la historia: “a menudo, no necesitamos las palabras para decir ‘te quiero’ o ‘te amo’, un gesto es mil veces más importante”.